25 dic 2013

Cuento

Hay que indagar en el clima de los recuerdos, para  comprender la

inconsistencia de la vida, del tiempo, de la ciudad y sobre todo

entender lo generosa que puede llegar hacer la muerte. 




El clima de mis recuerdos


Por: Sebastián Morales  



En los techos de las casas comienzan a brotar los musgos de la humedad, ha llovido desde hace unas semanas todas las mañanas y por las tardes el sol abriga las vidas de los habitantes de la ciudad. El clima me recuera a David.

David era un chico, quizá de unos 20 años. Nadie sabía su edad, parecía tan feliz que para qué preguntársela y agobiarle con cuestiones tan insignificantes. A mucha gente, aunque mantenga su semblante de alegría, no le gusta contestar a esa pregunta, quizá porque se dan cuenta, cada vez que responden, que el tiempo ha pasado sin pedir permiso. Tampoco sabían su apellido, es gracioso pero, para qué preguntárselo si con solo verlo uno sabía que podía llamarlo por el nombre solamente, tenía una mirada acogedora.


Ningún vecino sabía en qué trabajaba, ni cuál era su fuente de sustento; solo que cada domingo llegaba con las bolsas llenas de víveres, suficientes para soportar la semana, solo salía a comprar una que otra golosina cada vez que se le antojaba a la tienda. Su caminar era tranquilo, sus pasos tenían fuerza sin embargo.

Este tiempo que hace ahora. Parece que va a comenzar el invierno, aunque el invierno no existe en esta ciudad, solamente hay una época, que a veces tarda o aparece tempranamente, en que la lluvia se vuelve cotidiana. Esta disquisición del tiempo me recuerda a David.


David acababa de limpiar la zanja llena de hojas que, aunque sin otoño, habían caído del único árbol que se encontraba en su jardín hacia el tejado de su casa. Y es que en esta ciudad no existe otoño, las hojas caen al ritmo de la vida de los hombres, sopladas por el viento de la muerte, en cualquier momento.

Hacía mucho tiempo que el árbol de la casa de David no tenía tanta frondosidad como aquella vez. El año pasado, por estos días, los vecinos habían felicitado a David por el cuidado que parecía manifestar a su conviviente. Él, amable como siempre, les había contestado que no hacía sino regarlo en épocas de verano, aunque el verano no existe en esta ciudad, es solo cuando la lluvia olvida visitarnos seguido y el sol hace de las suyas.


La gente dirá que esta es una ciudad de locos. El tiempo no se pone de acuerdo. Y habré de decirles que las flores aquí no dependen de la primavera para crecer.

Esa misma tarde, David había comenzado a contemplar su árbol. Sus ojos eran los mismos de siempre, su andar alrededor del árbol era tranquilo y su saludo, que se componía de una mano levantada y una sonrisa, no se hacía esperar con quienes pasaban.


Esta noche parece que lloverá, ahora que cae la tarde, el cielo se nubla. Jamás lo olvidaré, sus pasos eran como los míos, tranquilos; su mirada acogedora, yo siempre permito que los demás se acerquen, y su hábito de comprar cualquier golosina en la tienda, parecía imitarme.

Esta noche será como aquella: nublada. Las gotas de lluvia apenas se sentían sobre la piel. Esa noche, de una de las ramas del árbol de la casa de David, él colgaba de su cuello.

Y yo que había decidido, al amanecer, quizá con un poco de sol, preguntar a David por su apellido.

2 comentarios:

  1. El cuento es interesante porque te trasmite un sentido nostálgico y triste, que le permite al lector ser parte de la historia, muy buen cuento..!!

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  2. Realmente es un cuento hermoso, porque el autor con cada detalle te cuenta un historia original, Felicitaciones.

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