17 dic 2013

Cuento

“Una Historia para contar”, nos sumerge en el

 mundo del pasado, nos proyecta en el futuro, pero

 sin dejar de lado  el presente nostálgico y sensible.



Una historia para contar

Por: Ángela BalVill.

Como toda revolución, comenzó alegando motivos justos; pero después los autores de ella se lanzaron a cometer crímenes, de los cuales no es lícito excusarlos. Así se escriben las primeras líneas de una de las tantas historias que Raquel ha escuchado por mucho tiempo. Ahora vive en la ciudad española de Segovia, ese es el paraíso mediterráneo de arquitectura religiosa y clima húmedo en donde espera pasar el resto de su vida. Como ya es costumbre, se sienta al filo de un ventanal, enciende un cigarro y empieza a recordar. Su hija, Alicia, una niña de nueve años muy inquieta y llena de curiosidades propias de la edad, siempre está presta para escuchar las historias que su madre tiene para contar.
Raquel sueña en una época. Ansia haber vivido en la Colonia aun cuando era un momento histórico, en el cual se creía erróneamente que el papel de las mujeres se reducía a reproducir hijos para consolidar un sistema de dominación y de clase, aun cuando era notorio el sufrimiento por el peso del patriarcado.
Quizás es entendible el apego de Raquel por la historia. La esencia de aquel deseo tiene que ver con el pasado y en especial con las vivencias de un personaje y familiar al que no considera tan lejano, Manuel Barros de San Millán.

Millán, el funcionario español, hace ya varias décadas atrás, había nacido en la misma ciudad que ahora acoge a Raquel.  Casi toda su juventud la vivió en la ciudad de Osuna, donde estudió y asistió a la universidad hasta lograr el título de Doctor en Jurisprudencia, luego pasó a ejercer diferentes cargos honoríficos en la misma corporación. En su paso por América, fue nombrado Presidente y Visitador de la Real Audiencia de Quito , cargo que ocupó en Agosto de 1587. Con una personalidad muy discutida, se había dedicado por un lado a proteger  y defender los derechos de los indios para que no fuesen obligados a trabajar sin paga, pero por otro lado y sobre todo para sus detractores, su gobierno se había caracterizado por contener matices despóticos tanto, que se ganó el resentimiento de la gran mayoría de los quiteños, quienes lo calificaban de tirano y constantemente espiaban su conducta en busca de algún escándalo para poder solicitar su destitución.
El afán de Raquel, hija de un sincretismo interesante, padre español y madre ecuatoriana, iba más allá de querer transmitir esa historia de generación en generación. Para ella era importante rescatar esa época como la prueba fiel de la existencia de una experiencia, la primera manifestación política del pueblo quiteño en contra de las autoridades españolas, la llamada Revolución de las Alcabalas, considerada como un primer intento de emancipación en manos de los capitalinos desarrollada entre julio de 1592 y abril de 1593.
Mientras Millán se desempeñaba en sus funciones, Felipe II, Rey de España, expidió la Cédula Real por medio de la cual dispuso el pago de un nuevo impuesto del 2% sobre las ventas, hecho detonante de la Revolución. Miembros del Ayuntamiento de Quito se manifestaron totalmente en contra de este impuesto y decididos a emprender cualquier tipo de lucha para que esto no se haga efectivo. Cuando este grupo logró reunirse con don Alonso Moreno y Bellido, procurador de entonces, se avizoraban propuestas insurgentes. Por su parte, Millán estaba trabajando en conseguir refuerzos militares para acabar con lo que parecía ser una guerra defensiva.

El pueblo quiteño en colaboración con las organizaciones sociales buscaba encontrar una solución efectiva  y cuando al fin parecían haber establecido un acuerdo con los españoles, estos los traicionaron. Con los ánimos exacerbados por la mentira, la gente se enfrentó al ejército de los realistas.  Quizá por esto, cada vez que Raquel topa este punto de la historia, se le hace un nudo en la garganta. Ella sabe que un sábado por la noche, en medio del silencio profundo del Quito de antaño, todo se convirtió en un nido de muertes sin fin. La lucha había acabado con la vida de muchos patriotas.
La Revolución tuvo un inicio certero y un final contundente, sin una solución favorable al problema. Los cadáveres llegaban a ser expuestos ante la gente como una mofa y una advertencia para todo aquel que quería mostrarse contrario al sistema impuesto por los españoles.
Raquel recuerda esta historia una y otra vez. Desconfía de la memoria que  a menudo le traiciona.
Alicia ahora tiene una nueva historia para contar.

FIN





1 comentario:

  1. Es un relato histórico de esos que existen en la memoria de una ciudad que olvida fácilmente y que por ello vale la pena recuperar bajo el delicado poder de las palabras.

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